viernes, 11 de febrero de 2011

Métrica

No hay méritos a los que la salud preserve ni letargos de victoria a los que el ego cobije y haga infinitos y permanentes. Asiento a las más diversas preguntas; desvanecen las cortinas de mi pensamiento, cuando el viento emanado de sus poros, se cuela hasta el resabio lenitivo de mis deseos. Cuando sus anillos rodean mi órbita, compadezco al científico empecinado por entender al universo; cuando sus costillas se trasladan a la superficie de mis manos, el curtido de los libros viejos poco asombro me despierta. Finalmente, cuando son sus labios la entelequia que en algún momento vi cristalizada, el flagelo de la miel que despega las raíces de mi espalda, aniquila el recuerdo de un tiempo mudo y restaura de inmediato la cápsula donde descanso y me alimento de su vientre de cobre.


Su espalda desnuda hace emerger témpanos en espera de que el ozono se extinga; la antítesis de su cadencia femenina atasca, por momentos, el alma, mientras que alargan a su vez los alaridos sedientos de sangre. Y en el fondo intestinal de las palabras, mis delirios decidieron permutar en saliva ácida, mis dientes buscaron la forma de apilarse en fortaleza y mi lengua procuró no ser más un bálsamo de cicatrices jeroglíficas.


El púlpito donde acomodo justificaciones es una edificación que permanece refrigerada; las carnes congeladas son las de mis brazos sosteniéndose a sí mismos. Me exijo la pasada y repetitiva palabra, me exijo volar sin las pausas absurdas de los delirios. Siempre lo relativo de mi torpeza es proporcional a lo exacto de mis sinceridades; siempre la escritura como inexacta obsesión por construir ciudades coherentes para el futuro.


Son mis transparencias mis cloacas más turbias, son mis declamaciones las levaduras más precoces, son mis despistes mis agujeros de “fast leak”, de Watergate o de foxismos sofisticados.


Separé como sílabas los dedos de tus manos, con la única y decisiva finalidad de tildar sobre tus pechos el gemido elevado de tu garganta. Son tus pestañas comas exigidas para la pausa que desembocará en nuestro encuentro. Son las latitudes que trazan mis dedos, el perfecto paisaje para el reposo. Soy yo jugando contigo y conmigo a la vez; soy yo y el reflejo de tu columna teñida con sales de sur inaudito; soy yo y el velo deshilachado que asoma los bordes de tu aureola de vellos iluminados; soy yo y la indeleble presencia de mi voto en blanco; soy yo y la escama tasajeada que me permite seguir nadando en este estanque de polaridades confundidas.




Miguel Agustín